18 may 2011

23 feb 2009

Mariano, el Unicornio

Nuestro colaborador habitual, George C. Bryan, nos aporta una versión española del corto de animación "Charlie el Unicornio".

ATENCION: Este corto animado es ABSURDO. Cualquiera que lo vea corre el riego de acabar maldiciendo haber perdido el tiempo de esta manera. Repito: Es ABSURDO y no tiene SENTIDO. Avisados quedais.

12 nov 2008

Anuncio Antipirateria

6 oct 2008

Una ayuda para entender la crisis financiera

Este divertido video os puede ayudar a entender las complejidades de la actual crisis financiera. Y si no, al menos reireis un poco.

10 ene 2008

Me he convertido al pastafarismo



Lo anuncio públicamente. Me convierto al pastafarismo.

Hasta ahora me consideraba ateo. No creía en la existencia de ningún ser supremo, y pensaba que los fenómenos naturales eran regidos, de manera absoluta, por leyes físicas a las que sólo podía llegarse a través de la ciencia.

Confieso mi error. He visto la luz, y ahora creo.
Creo en el Monstruo Volador de Espaguetti.
Creo que Él creó el Universo en cuatro días y descansó tres.
Creo que por eso los viernes deben ser fiesta.
Creo en el pastafarismo y en sus ocho condimentos.

Si estais desconcertados, si no sabeis lo que es el pastafarismo, os recomiendo algunas direcciones:

Mi blog personal de la Iglesia Pastafari

Venganza.org (Aquí empezó todo)
El Pastafarismo en la Wikipedia

13 dic 2007

Antes de ir a dormir (The movie)

Este es un bonito corto de animación, realizado por Carolina Escobar, y basado en uno de mis cuentos de Cien Palabras. A mi me encanta cómo le ha quedado. Espero que también os guste.

7 abr 2007

Traficantes de miedo

Sería bueno empezar a pensar menos en las cosas que nos dan miedo, y más en la gente que dedica sus energías a meternos miedo. Pocos métodos más efectivos para moldear la conducta humana que aprovechar los miedos y las debilidades de las personas. El miedo se ha convertido en medio y en fin. Es un inmenso negocio del que viven políticos, medios de comunicación, policías, empresas de seguridad, médicos y abogados, en una relación ni de lejos exhaustiva.

Pero además, se nos inoculan los miedos equivocados, se nos enseña a temer a enemigos inexistentes, y se nso pide luego que asceptemos las medidas de excepción necesarias para combatirlos. Desde el infierno con el que amenazan los curas, a la enfermedad con la que amenazan los médicos, la solución pasa siemrpe por beneficiar a quien nos ha inquietado, siguiendo sus normas, evitando las tentaciones que ellos nos señalan. Miedo al sexo, al placer, a la libertad. Miedo a nosotros mismos. ¡Que miedo!

15 dic 2006

Reuniones de trabajo (Un soneto)

Vuelan palabras cual flores destrozadas,
Significando cosas que nadie quiere oír,
y adornan el sopor las sonrisas cansadas
de quienes han de estar, pero se quieren ir.

Las siglas contribuyen a que nada se entienda,
y también el runrún del lento perorar.
No ha de extrañarnos, pues, que nada se comprenda
y ni siquiera exista voluntad de escuchar.

Pero tampoco es la ignorancia un problema,
puesto que al fin y al cabo, nadie va a criticar,
y el hecho de que nadie sepa nada del tema

no ha de impedirnos pues ponernos a charlar.
Así pues yo propongo adoptar este lema:
Da igual lo que se diga, lo importante es hablar.


George C. Bryan

16 jun 2006

El precio del cariño (Una reflexión, no una película)

Resulta interesante plantearse en términos económicos la evolución de la oferta y demanda de cariño en nuestras sociedades. Obviamente en nuestras sociedades el cariño está por las nubes y es un negocio boyante que atrae grandes cantidades de inmigración.

Así, para cuidar a nuestros niños (o a nuestros abuelos), dado que nuestro cariño, en precio/hora, es caro, alquilamos a señoras sudamericanas que lo administran por menos precio. Al mismo tiempo ella habrá dejado a sus niños ensu país de origen, recibiendo cariño gratuito de su abuela o alquilándolo más barato en la inmigración interna de aquellos países, donde las mujeres del campo cuidad a los niños de la ciudad que están cuidadndo niños de otros en el extranjero.Del mismo modo, la prostitución ofrece cariño a traves de inmigrantes que lo ofrecen a mejor precio que el cariño local. Y es que, en nuestra sociedad, las caricias, el afecto y la propiciación orgásmica resultan bienes escasos por los que la gente está dispuesta a pagar.

24 may 2006

Amor eterno (Una extraña historia de amor)

Con ella todos los segundos eran infinitos. Cada beso, cada caricia, cada abrazo, transmutaban el exacto crujir de las horas en un tenue morir, en un sublime deslizarse, en un creciente arder. A su lado había descubierto el sabor del silencio y el dulce aletear de la luz cuando el día termina. Allí, en una sala pequeña con olor a madera, cubierto el suelo y las paredes con una leve pátina de humedad y melancolía, reencontraba su vida un sentido pleno. Ella, sentada y sin hablar, era para él la imagen perfecta de la armonía. Se acercó a ella colocandose detrás. Le acarició la ca-beza con los dedos, enredándolos y perdiéndolos en su cabello hermosísimo. Sus labios se posaron en el cuello y lo besaron. La quería. Eternamente, la quería. Con locura absoluta, la quería.

De pronto, con horror, lo percibió. Desesperado, con el dolor que causa un amor que se va, apretó los puños hasta hacerse daño. Si alguien hubiera estado cerca de la casa hubiera oido un grito de impotencia, un aullido saliendo de lo más profundo del alma. Nada es más fragil que el amor. Sus puños golpeaban con rabia las paredes. Sus ojos ardían en lagrimas. Se vio en el espejo y contempló su rostro cansado. Lo golpeó con rabia y el espejo se partió. Contempló los pedazos que multiplicaban su presencia, su horror. Ella seguía allí, quieta y callada. El había descubierto de nuevo aquel olor. Ya empezaba de nuevo. Allí, sentada, con la cabeza caida de lado en un gesto obsceno, la descomposición orgánica estaba ya avanzando por el cuerpo de la chica. Nunca servían de nada los intentos de mantener baja la temperatura del sotano ni la friegas con alcohol que, cada no-che, realizaba con detenimiento por cada rincón del cuerpo desnudo de sus enamoradas. Siempre, inevitablemente, descubría a los pocos días aquel olor acre, duro, que indicaba que el romance llegaba a su fin. Intentando apurar la despedida se abrazó a ella, la besó con furia en la boca como queriendo retenerla. En el suelo, pegado a ella, le arrancó la ropa con deseo. Intentaba no pensar. Procuraba no darse cuenta de que algo se había perdido ya de forma irremediable. Unió su cuerpo al cuerpo frio de ella. Fueron uno por última vez.

Despues, el análisis sustituyo a la pasión. Realizó con método los preparativos de siempre. Esa noche trabajó duro en el jardín. Era grande y verde, lleno de vida, con mucho espacio aun. Tres horas más tarde se lavaba las manos sucias de tierra. Estaba muy cansado y muy dolido. No podía dejar de llorar recordandola. Recordando los maravillosos días que habían pasado juntos. Las veces que sus labios se habían unido, que sus cuerpos se habían frotado. El cansancio y los bellos recuer-dos lo llevaron al sueño. Mañana saldría hacia la ciudad. Necesitaba amor. Recorrería las calles buscando una chica joven, rubia y de pelo corto a la que poder querer. La llevaría a casa y la haría estarse en silencio. En total silencio. Para siempre. Luego la desataría y la sentaría en la silla. El se sentaría al lado y le hablaría. Si, mañana... Ahora dormía sobre el sofa. Era un hombre cansado, pero con la esperzanza de encontrar por fin el amor eterno.

22 may 2006

Providencia, historia de un empeño (Un cuento de ferrocarriles, cultos arcanos y una conversión masiva al catolicismo)

Origenes del pueblo

La ermita de la “Divina Providencia”, localizada en un rincón recóndito de la sierra, fue inicialmente una construción aislada apenas visitada por los fieles. Pero el entorno empezó a poblarse a finales del siglo XVIII por una colonia de inmigrantes eslavos que habían llegado a la zona buscando un lugar apartado donde poder realizar sus peculiares cultos religiosos sin ser perseguidos por ello como era habitual en su tierra de origen. Llamaron Providencia al pueblo recien creado, y en pocos meses urbanizaron el entorno, y reconvirtieron la olvidada ermita en un templo donde realizar sus paganas ceremonias. Ya sea por su tenaz esfuerzo, ya por la intervención de divinidades ignotas, lo cierto es que muchos jóvenes de pueblos cercanos empezaron a desplazarse y establecerse allí, rompiendo en muchos casos los lazos familiares y afectivos anteriores. Las quejas de los otros pueblos, mezcladas con acusaciones de supersticiones y brujerías, llegaron al Obispado. El Obispo destinó allí a un clérigo jóven, Don Aluarte Esterón de Vilateretas, para que pusiera orden y devolviera a la ermita su cristiana función. Don Aluarte, hijo del Marqués de Vilateretas, de gran influencia en la corte, era hombre integro y de fe probada, y por eso sorprendió a todos que, días más tarde, hiciera llegar sus ropajes sacerdotales al Obispado, junto con una declaración de apostasía. Desde entonces hasta su muerte muchos años después, arrollado por un tren de vapor, Don Aluarte vivió en Providencia como fiel creyente de aquellos cultos arcanos. Por influencia de su padre en la corte, que nunca vio bien que su hijo fuera cura y se alegró de que colgara lo hábitos, Providencia adquirió de inmediato el denominado “Privilegio de Paganía”, un confuso y discutido protocolo legal que permitía el desarrollo, dentro del termino municipal de Providencia, de las actividades propias de la religión pagana que los lugareños profesaban. A partir de ese momento el pueblo prosperó de nuevo y las tensiones con los pueblos vecinos se redujeron a esporádicas exsanguinaciones nocturnas de ganado.


La gran movida

Cuando se proyectó el trazado del ferrocarril por la sierra, nunca se consideró la posibilidad de que pasara cerca de Providencia, pues su orografía lo hacía impracticable. Tomándose el asunto de tener una estación de ferrocarril como una cuestión de orgullo, los habitantes de Providencia desplazaron el pueblo más de cinco kilómetros, piedra a piedra, casa a casa, hasta reconstruirlo completo al lado de la vía, forzando así la existencia de la actual estación. Lo último en instalarse, en el centro del pueblo, fue la ermita. Desgraciadamente no habían tenido en cuenta que el antiguo “Privilegio de Paganía” sólo estaba en vigor dentro del anterior termino municipal, así que se vieron obligados a convertirse al catolicismo. Lo que no consiguió Don Aluarte en su juventud, lo pudo el ferrocarril. Él, que nunca abandonó sus ritos paganos, volvía por las noches al lugar donde antes se alzaba la ermita, y sus cánticos asustaban a los niños. Cuentan, sin embargo, que nunca superó la tristeza insuperable que aquella conversión masiva le había provocado, y que esa tristeza le llevó a arrojarse bajo un tren, cuando Providencia era ya el pueblo tranquilo y acogedor que es hoy día. Pero cuando el tren se adentra de noche por la sierra, rebasada ya la estación de Providencia, veremos aun en la noche luces extrañas en la montaña donde estuvo la primera ermita.

Los Simpson y las drogas: el lado psicoactivo de Springfield

(Publiqué este artículo en Cáñamo en Marzo 2002)

Os invito a explorar un aspecto poco comentado de la gente que habita Springfield y de su pasión por las drogas, legales e ilegales. Exploraremos los secretos más ocultos y psicoactivos de esta familia y los de su entorno familiar, social y laboral.

No hay serie en televisión con tantas referencias psicoactivas. Y es de rigor que empecemos comentando algunas de las muchas referencias cannábicas que contiene.

Marihuana

En Springfield el cannabis está, desde sus orígenes, muy presente. No es de extrañar, dado que el fundador del pueblo, el ilustre Jebbediah Springfield, cuando llegó a los terrenos que luego constituirían la ciudad, se dirigió así a los colonos que le seguían: "En este lugar construiremos una nueva ciudad, donde podremos celebrar nuestros cultos libremente, gobernar justamente, y cultivar vastos campos de cáñamo para fabricar sogas y sábanas". Muchas son las muestras de la tradición cannábica de Springfield. Tenemos constancia, por ejemplo, de que el alcalde Quimby, en un armario de su despacho oficial, tiene una planta de marihuana a la que hemos visto regar a escondidas. Al conductor de autobús, Otto, la chaqueta le huele permanentemente a hierba. El director del colegio, Skinner, reconoció en un episodio: "En Vietnam olí bastante humo de marihuana". La policía de Springfield no se escapa de inhalar cannabis: en un episodio en el que efectúan una redada contra un ciego que consume marihuana medicinal, toda la policía, empezando por el jefe Wiggum, acaban en casa del ciego, con los otros polis, fumando porros, y bailando al son de Bob Marley. Y eso pese a que el museo de la Policía en Springfield incluye en una de sus secciones un ejemplo de fiesta hippy con figuras de cera, donde podemos ver jóvenes con melenas escuchando música, fumando hierba y metiendo bebés en el horno, conforme una vieja leyenda urbana antidrogas.

Pero si centramos la atención en nuestra familia preferida, los Simpson, veremos que también allí está presente la afición cannábica. Vimos a Homer y a Marge, de jóvenes, en fiestas donde se usaban bongs. Incluso hay motivos más que fundados para sospechar que cultivan marihuana. En un episodio, Lisa, disgustada porque unos promotores quieren cortar un árbol centenario, se presenta un día en el comedor de casa, donde Homer, Bart y Marge están comiendo, y dice, refiriéndose a su cruzada ecologista: "Ya estoy harta! ¡Voy a hacer algo!", y sale de casa. Homer, asustado, le dice a Marge: "¡Va a denunciarnos porque cultivamos maría!", a lo que Marge, enfadada, le contesta: "¡Homer! ¡Nosotros no cultivamos maría!". Entonces Homer, un poco paranoico, mira a un lado y a otro y dice: "¡Ah, sí, es verdad! ¡No cultivamos maría!", con tono de disimulo. Este cultivo clandestino explicaría los viajes a Holanda que, según otro episodio, hace Homer de tanto en tanto, si bien se da a entender que en realidad su vicio secreto son los tulipanes, cuando es sorprendido por una cámara de seguridad cuando los devora compulsivamente escondido en el lavabo.

En varías ocasiones los guionistas se burlan de la pretendida nocividad del cannabis. En una ocasión, el señor Burns rememora que en su juventud se infiltró en Greenpeace para poder denunciarles a la policía. Al desenmascarar sus planes, mientras los verdes son detenidos, les muestra un bong y confiesa: "Ja, ja... Y tenéis que saber que durante todo este tiempo sólo he fumado inofensivo tabaco". En otro momento, en una película de McBain, se muestra una reunión de mafiosos, donde el capo di tutti li capi presenta a sus colegas una nueva droga de diseño, irresistible, que van a lanzar al mercado negro, y dice de ella, para estupefacción del resto de capos, que es "diez veces más adictiva que la marihuana".
Y la parodia adopta aires de profecía cuando en un capítulo de la serie vemos que, en el futuro, Lisa se ha convertido en presidenta de Estados Unidos. Bart, que se ha convertido en una especie de posthippy reciclado y bueno para nada, le pide: "Legalízala de una vez...", y Lisa concede.

Homer y los estados alterados de conciencia

No es sólo la marihuana. Homer siente atracción irresistible hacia los estados alterados de conciencia. Y no me refiero sólo a la combinación narcótica de cerveza Duff, sillón y televisión quemaneuronas, que por si sola daría para otro artículo, sino a experiencias psicodélicas y místicas. "¡Drogas! Conocen mis debilidades", dice Homer cuando unos isleños del pacífico le preparan un té con hierbas. Es en esa misma isla donde se aficiona a lamer sapos alucinógenos, que le dilatan las pupilas y le inducen un estado contemplativo. Esos isleños, acostumbrados a vivir entre drogas, sucumbirán en cambio a las tentaciones del alcohol que Homer introduce en la isla, y que hasta entonces desconocían. Les vuelve violentos, adictos y asoclales.

Por otra parte, uno de los más elaborados viajes místicos que aparecen en la serie es el que tiene lugar cuando Homer, en la Fiesta Nacional del Chile, degusta unos explosivos chiles picantes de manicomio guatemalteco. Transportado de inmediato a un paisaje psicodélico, Homer inicia un viaje chamánico. Se le aparece una tortuga, su animal totémico, que lleva escrito en el caparazón: "Sígueme". Homer se impacienta siguiendo un animal tan lento, y acaba acelerando el viaje de la tortuga con un tremendo patadón que la manda por los aires.

Homer como narcotraficante

Al margen de sus experiencias con drogas, legales e ilegales, Homer es a menudo quien, de manera activa, contribuye a difundir las sustancias psicoactivas entre los ciudadanos de Springfield. No podemos olvidar un gran invento de Homer, el "tomaco", el resultado de mezclar semillas de tomate y tabaco en una misma plantación y abonarla con residuos radioactivos. El resultado fueron unos tomates que contienen nicotina y que resultan tremendamente adictivos para quien los prueba una sola vez, tanto que las grandes multinacionales farmacéuticas pugnan por robarle la patente genética. En otro momento mezcla una cosecha de peyote que sus primos cultivaban para su autoconsumo con unos zumos de fruta que se distribuyen por la ciudad. Resultado: todo Springfield tiene experiencias alucinógenas.

Homer es también el inventor de un cóctel tremendamente adictivo, el "flameado de Moe", cuyo ingrediente secreto es "jarabe no narcótico para la tos, marca Krusty". Dado que el componente tradicional de los antitusígenos no narcóticos es el dextrometorfano, lo que el celebre cóctel provoca es el conocido coloque por DXM. Aunque, dado que el jarabe es de la marca Krusty, bien conocida por su publicidad engañosa, bien podría tratarse de codeína, un opiáceo presente en jarabes para la tos. En otro episodio, Homer y su padre se convierten en distribuidores de una sustancia afrodisíaca, fabricada clandestinamente en una bañera, y que deja la Viagra en mantillas. La gente les quita de las manos la sustancia hasta que empiezan los problemas con la ley.

Pero cuando de manera más directa se enfrenta Homer a la Prohibición es cuando se convierte en traficante de bebidas alcohólicas, en el momento en que, rescatando una vieja ley del pasado, Springfield adopta la "ley seca". Homer entonces se convierte en un adalid de la libertad de emborracharse y se dedica a distribuir alcohol de contrabando, arriesgándose a sufrir la pena que la ley impone en estos casos: ser expulsado del pueblo mediante una gran catapulta, una ley no demasiado más absurda que nuestras actuales legislaciones antidroga.

Marge y sus coloques

Marge no se queda atrás en cuanto a conductas adictivas. La hemos visto beoda en varias ocasiones, así como víctima de la ludopatía cuando se legaliza el juego en Springfield. Cuando los servicios sociales se les llevan a los críos, tras pasar un test de drogas da positivo de crack y PCP. Ella afirma que se trata de un error y afirma ser adicta sólo al amor a su hijo e hijas ("Love for my Son and Daughters"), y dice: "Sí, sólo necesito un poco de LSD". Corresponde claramente a un viaje por ácido la experiencia de Marge en la cocina al beber un vaso de agua contaminada durante una pugna entre vecinos en Springfield. La cocina empieza a derretirse ante sus ojos y los electrodomésticos parecen cobrar vida. Marge, reconociendo la experiencia, exclama, entusiasmada: "¡Oh. las paredes se están fundiendo otra vez!"

Los pequeños de la casa: Bart, Lisa y Maggie

De la pequeña Maggie sólo conocemos una adicción, su chupete. Eso sí, el episodio donde más activa se la ha visto ha sido precisamente cuando lideró una rebelión de alumnos en la hiperestricta guardería donde requisaban los chupetes a los críos, para que no dependieran de ellos.
Lisa, durante un viaje al parque de atracciones de la cerveza Duff echa un trago del agua por la que están navegando en una atracción, lo que le hace perder del todo la conciencia, entra en un estado de delirio etílico durante el que ve danzar elefantes rosas, en una parodia de la escena de Dumbo en que el elefante y el ratón se emborrachan, y se cree la reina de los lagartos. Por otra parte, sabemos que durante una experiencia en un tanque de aislamiento sensorial experimentó intensas alucinaciones.
Bart, por supuesto, no se queda corto, y en alguna ocasión ha bebido más de la cuenta. Es por culpa de que las cámaras de televisión le filman borracho que la sociedad de Springfield se ve en la obligación de restaurar la "ley seca". En otra ocasión, Bart y Milhouse se atreven a probar el "Fresisuis especial", sólo azúcar, del badulaque de Apu, y sufren una sobredosis de glucosa que los vuelve hiperactivos.

¿Es eso todo?

En absoluto, la lista de referencias es interminable. Krusty se declara por dos veces adicto al Percodan. El señor Burns está encantado con sus pastillas contra el dolor que tienen por nombre Te Daré Amor, y en otro episodio se declara adicto a la morfina. El abuelo Simpson vende las pastillas que debe tomarse a adictos necesitados. Durante todo un episodio Bart aparece bajo los efectos del Focusyn, una parodia del Ritalin, un fármaco profusamente recetado por los médicos para tratar a niños hiperactivos, pues favorece su capacidad de concentración. Barney, el borrachín del pueblo, se bebe en un episodio el contenido de dardos tranquilizadores para animales. Los doctores inhalan sus propios anestésicos. El dentista comparte el ácido nitroso con toda la familia Simpson y acaban todos el episodio con la risa tonta. Y podríamos seguir y seguir si no fuera porque el espacio de este artículo es limitado.

Conclusión

Los Simpson, es sabido, son una imagen deformada de la sociedad norteamericana y, por ende, de la nuestra. Al igual que se satirizan en sus episodios prejuicios como la homofobia, el fanatismo o la pasión por las armas de fuego, se parodian también las percepciones, los miedos y los deseos ocultos que las drogas provocan en la sociedad. Lo que hace tan real a Springfield es que las drogas y lo psicoactivo existen y, por tanto, se muestran. Por contraste con el mundo triunfante de lo políticamente correcto, donde las drogas no existen y donde nadie necesita colocarse, Los Simpson equivalen a un soplo de aire fresco. Tal y como comenté al principio, desafío a los lectores a encontrar un producto televisivo destinado al consumo familiar y ampliamente seguido por niños, jóvenes y adultos, que contenga tal cantidad de referencias al mundo de las drogas y que plantee cuestiones referidas a la Prohibición con la causticidad con que lo hace ésta. Colegas, os espero en el bar de Moe.

19 may 2006

Bajo la ventana

Bajo la ventana
Deambulan
Borrachos de sobriedad
Cadáveres de apariencia nada muerta
    Con colores chillones
        Con música en los ojos
Y el andar ligero y decidido
Del que cree estar yendo a alguna parte
Reina la mansedumbre
Y su contrario aterra
Pues para romper el hombre con sí mismo
El hombre mata a otros
    Y a mujeres
        Y a niños
Pero la claudicación sorda
Convenida
    Satisfecha
        Aletargada
No es menos sangrante
Para los ojos que miran todo
Y ven
    Nada y más nada
(Pero una mujer se mueve graciosa
Entre el gris colorido
En ella sobreviven pedazos de verdad
    De vida buscando engendrar vida)
Las revistas desprenden
El mismo olor a muerte
A todo color
    A toda página
        Con regalos y perfumes
(Las ideas no han muerto
han desaparecido para no acabar
en pulpa de papel amarillo para envolver bocatas)
Un día romperé las normas
(Dicen todos)
Un día quemaré mis butacas
    Mis sillones
        Mis teles a color
Y pecaré por fin contra Dios
Meándome en sus Hostias
    Y su Eternidad
Un día
(Dicen todos sabiendo que se mienten)
En el espejo
Miraré y seré yo quien me mira
Desde aquel mundo al revés.
    
Seré capaz
(Se mienten y mienten a la vida)
De deshojar las flores a mi paso
    De destrozar cristales
        De amar
(No ese amor de postal sino el amor que mata)
Y de amarme a mí mismo
Por fin
No importa que esté muerto
(Se consuelan)
No importa que cada día
Se parezca a otro día
Se parezca a otro día
Se parezca a otro día
No importa
(Y lo piensan
y siguen bebiendo la misma leche agria
del mismo vaso roto)
Que como de un grifo abierto
La sangre me fluya
Constante
    Dolorosa
        Siempre
Y me seque
Y me hiele
Y me rompa la piel
Y mi tiempo se acabe
Hoy hace sol, en fin,
Que día más bonito,
Y la película que ponen esta noche
No está mal

Bor, 2 Km

Un pinchazo, un derrape y el coche contra un muro, y aún tuvo suerte de llevar el cinturón, pero el coche quedó hecho un asco, y era de noche y no sabía ni donde estaba. Pasa en estos casos que lo surreal nos invade, como cuando entrando en casa te ponen una navaja en el cuello o cuando abres la nevera y hay un gato muerto, que no es que a él le hubiera pasado nunca pero siempre lo había temido y había imaginado la sensación de terror, de peligroso absurdo. Pero Rafael se sobrepone, al fin y al cabo esto pasa todos los días, un accidente menor, llamaría a la grúa y que lo vinieran a buscar, dondequiera que fuese que estuviera.
Se había empezado a liar cuando se saltó el desvío hacia Barcelona, y pensó bueno, es igual, cogeré el siguiente, seguro que llego al mismo sitio; y se hizo un mapa mental que era una mierda de mapa porque en el siguiente pueblo cogió un desvío, sin preguntar, y se metió por unos caminos de tierra y él aún se decía a si mismo seguro que es por aquí, en un par de kilómetros este camino ha de dar a la Nacional y aún falta mucho para que sea de noche. Por que en el mapa de su cabeza todo era muy bonito y muy claro, todos los caminos llevaban a su casa, hola cariño, llego algo más tarde porque me he liado un poco pero mi sentido de la orientación es de cojones, ya ves, ¿cómo está Dani?, ¿ya duerme?.
Pero el camino de tierra se hacía más estrecho, y como Rafa no es tonto pensó daré la vuelta, recorreré el camino al revés y así seguro que no me lío porque el mapa en su cabeza ya le empezaba a parecer menos fiable, como si las líneas allí se curvaran y diluyeran, se movieran y mezclaran entre sí para liarlo más y más, así que mejor vuelvo por donde he venido y aquí no ha pasado nada. Sólo que los caminos recorridos al revés son otros caminos, y tienen desvíos que antes no tenían y pasa rato y rato y te dices, coño, ya debería estar de nuevo en la carretera y entonces una cosa fría te sube por dentro, empieza en las tripas que ya se retuercen un poco, pero sigue subiendo y es como si te hubieran llenado el estómago con cubitos y la garganta tiene una piedra dentro porque aunque no quieras reconocer que tienes miedo estás perdido en la montaña, sólo con tu coche.
Rafa es un hombre de mundo, no se raja por estas cosas, y piensa los caminos llevarán a algún sitio y tiene razón porque acaba saliendo a una carretera que no es la carretera de donde venía pero algo es algo, porque una carretera significa gente y gente significa poder preguntar y coger por fin la buena dirección. Y entonces Rafa acelera y hay como una explosión y cuando se da cuenta el coche ya se le va de lado y se da contra la pared, en un estruendo que nace y muere en un segundo.
Las niñas lo han visto. El pinchazo, los giros, el choque. Las niñas estaban ahí fuera, jugando, porque aunque ya está oscuro no es hora aún de ir a cenar y porque por ahí no suele haber nadie y por eso las dejan salir, porque si no hay nadie es que no hay peligro y ellas pueden jugar en la montaña, como ahora, que jugaban a un dos tres pica pared, no en una pared sino en un árbol. Cuando oyeron el golpe se acercaron a la carretera y, sin salir del bosque, escondidas aún tras los arboles y las matas, miraron lo que era, y vieron a un señor que no era del pueblo que salía del coche y parecía enfadado. Sus padres siempre les dicen que no se acerquen a los desconocidos, que no jueguen con ellos sin su permiso, porque es peligroso, y aunque ellas querrían no salen, y siguen escondidas en el bosque.
El primer problema es hacia dónde ir, arriba o abajo, y al final da igual porque no tiene ni idea de dónde puede encontrar el primer pueblo, la primera casa, el primer teléfono. Anda y anda, hacia arriba, sin saber por qué, un poco por intuición. Tarda en encontrar el letrero roto, tirado contra la cuneta, pero se lee claro, Bor, 2 Km. Ahora entiende el estado de esta carretera, el asfalto roto, los socavones como cráteres, cicatrices dejadas por cientos de camiones. Está en el otro lado del valle, y recuerda haberlo leído en algún suplemento dominical, esta carretera debe ser la que se abrió hará unos treinta años, para acceder a la mina de carbón, hasta que se acabó el carbón y sólo quedó una montaña agujereada y un paisaje negro y requemado, irrecuperable para el turismo. Un lugar de donde la gente huía hacia la prosperidad del valle principal, con sus restaurantes, sus raftings, sus parapentes y circuitos de bicis y caballos.
Y, sin embargo, Bor, 2 Km., y, probablemente también un teléfono desde donde llamar y avisar a la grúa y a su mujer. Camina a oscuras, y sabe que los ruidos que oye son ruidos de la montaña y que no deben inquietarle, porque en el bosque, de noche, no existe el silencio, sólo el peso ominoso de la soledad y el miedo. Incluso le parece oír unas risas, como de niños, detrás suyo, y no serán niños, claro, cómo va a haber niños jugando por aquí, con lo oscuro que está todo. Y entonces, de la nada, de la negrura que tiene enfrente, aparecen un hombre y una mujer, y le sonríen y le preguntan qué hace usted por aquí, no suelen venir turistas por esta zona y es que no, mire, lo que pasa es que mi coche está hecho polvo, un reventón, un choque, ya saben, sólo necesito un teléfono, un sitio desde donde llamar, si fueran tan amables. Les ve frente a él, atentos, preocupados, le dicen siga recto, cuando llegue a la primera casa llame y pregunte por Matías, él le dejará llamar, pierda cuidado, pero dese prisa, en su casa deben estar preocupados, más vale que no se entretenga, en diez minutos todo recto y está allí. Rafa se fija en sus rostros, y piensa que son hermanos, la misma forma extraña del cráneo, los mismos ojos hundidos, la misma nariz leve, apenas esbozada, pero dicen, vamos a buscar a las crías, están por ahí jugando, y por cómo lo dicen sabe entonces que estos dos se acuestan juntos, aunque parecen hermanos. Estos pueblos perdidos en el monte, aislados, la sangre se mezcla y los genes se corrompen. Muchas gracias, no sabe cuánto se lo agradezco. Y sigue andando.
Las niñas se esconden, porque ven a sus padres que vienen a buscarlas y no tienen ganas aún de ir a cenar, prefieren seguir jugando, quedarse un rato fuera aún, y por eso andan por el bosque, junto la carretera, y siguen al señor procurando no hacer ruido, una novedad divertida, un juego nuevo.
Ve la casa, muy lejos aun, pero ahí, enfrente, y acelera el paso. Se sabe más cerca del final, y oye ruidos a los lados del camino y ve sombras extrañas y siente que lo observan y, claro, no sabe que sólo son las niñas que se divierten siguiéndolo. Por eso acelera el paso, casi corre. Por eso su corazón le bombea terror por todo el cuerpo. Y aunque ya no ve las sombras moverse tras él, corre hacia la casa, pues sabe que están allí, detrás suyo, que le siguen en la oscuridad, que pueden aparecer tras unas ramas, tras un árbol, por eso corre y cree que cuando llegue a la casa todo habrá acabado, por favor, déjenme entrar, mi coche ha quedado tirado en la carretera. No dirá que le siguen, porque le da vergüenza, aunque se le notará en la cara, en los ojos. Quien le abra la puerta será igual que los otros, probablemente, los mismos ojos hundidos, el mismo cráneo extraño, con las sienes muy pronunciadas, con esa nariz casi inexistente, pero eso dará igual, la endogamia en estos pueblos de montaña lleva a estas cosas, ya se sabe. Sólo diez metros le separan de la casa, pero no llegará a recorrerlos, oirá las risas infantiles, alegres, y las niñas lo atraparán antes de que llegue a la puerta, antes de que pueda decir un dos tres, casa; y notará un golpe en la cabeza y se lo llevarán para jugar con él, para atarlo y clavarle cosas, hasta que ya no grite, como otras veces, como han jugado con otros que se han perdido, cuando les dejan sus mayores y no toca estudiar.

17 may 2006

Redención (Un cuento epistolar)

Barcelona, 13 de septiembre de 1998

Juan, vida mía, amor, luz de mis días,

Sólo faltan dos semanas (cuando recibas la carta será menos). ¿Que he de contarte a ti, que has contado los días, y aun los minutos, desde que estás allí?. Ya falta poco, cariño. Te quiero, amor, y te quiero besar y abrazar y besar y hacerte cosquillas y besar y cerrar tu boca con mis dedos y no parar de besarte y abrazarte nunca. Mucho, mucho, mucho. Tengo tantas ganas de poder tocar, por fin, tu rostro...

Respecto a tu última carta: no insistas, lo tengo claro. Eres tan bueno. No me importa lo que hubieras hecho (sé que fueron cosas horribles). Sé (lo supe desde que te vi el primer día, cuando juntamos nuestras palmas a través del cristal, ¿te acuerdas?) que mi amor va a cambiarte (es mentira, ya has cambiado, lo sé por tus ojos, por tus palabras, por tus cartas). Y sé también, con mucha fuerza, que quiero vivir contigo para siempre y que quiero casarme contigo. Y falta ya muy poco para que sea verdad.

Te envío diez mil besos y una explosión de amor,

Lidia


Barcelona, 15 de septiembre de 1998

Querida Lidia,

No merezco tu amor. Sé que no te gusta que te lo diga, que me miras mal cuando lo hago y que te pone triste, pero no puedo dejar de pensarlo.

Lidia, amor. Hemos hablado mucho en estos últimos años, cada semana, en cada una de tus visitas. No has faltado nunca, y no sabes cuanto te agradezco eso. No pienso volver a recordarte mi pasado, sería menospreciar tu perdón. Te quiero. Falta poco.

Juan


Barcelona, 17 de septiembre de1998

Sra. Lidia Riutort,

Tras nuestra última conversación en mi despacho, me dejó usted muy inquieto y preocupado. Por eso me he decidido finalmente a poner por escrito mis pensamientos, para forzarla, tal vez, a reflexionar y también, ¿porque no decirlo?, para quedarme con la conciencia más tranquila en caso de que optara por desoír mis consejos.

Como responsable de esta prisión de alta seguridad, y como persona que entiende algo de la naturaleza humana, debería no tomar en vano mis palabras. Se lo dije en persona y se lo repito ahora: No se case con Juan Herrera. Es más, aléjese de él, rompa cualquier contacto presente o futuro con ese hombre. Se lo digo por su bien. Juan Herrera es un enfermo, un loco, uno de esos hombres cuya maldad va más allá de la que estamos acostumbrados a ver quienes trabajamos en esto. Y aunque es cierto que su conducta en los últimos diez años ha sido impecable, tengo la certeza que el monstruo que habita en su mente sólo descansa, y que volverá a hacer daño en cuanto tenga ocasión.

Juan no era un asesino cualquiera. Su primera víctima tenía seis años. Era una niña que se llamaba Ainoa y a la que atrajo a su casa con engaños. No le describiré los horrores que vivió durante los dos días que tardó en morir, pero, como usted ya sabe, la prensa creó un apodo para él a raíz de este caso: El loco de los lápices. Lápices muy afilados.

Fue detenido y escapó durante su traslado a prisión. Allí empezó una borrachera de sangre que duraría dos meses. Sin motivo ninguno mató a trece niños de entre 4 y 15 años durante los dos meses que se tardó en encontrarle. El forense que trabajó con los cuerpos me confesó que sus veinte años de experiencia no le habían preparado para algo así.

Sé que usted es buena, sé que los motivos que la mueven no pueden ser más nobles. Yo también creo en el amor y en la redención, pero ¿me permite un comentario políticamente incorrecto, Sra. Lidia? Monstruos como Juan Herrera no deberían volver nunca a vivir en sociedad. Son perros locos a los que hay que apartar. Para siempre.

Me gustaría tener el talento o la sensibilidad suficiente para hacerla ver lo erróneo de su idea.
En cualquier caso, espero que sepa disculpar mi intromisión. Le deseo un futuro feliz. Que tenga suerte.

Emilio José Rodríguez
Director de la Prisión de Alta Seguridad Badalona-9


Barcelona, 19 de septiembre de 1998

Sr. Rodríguez,

Le agradezco su interés por mí, pero le rogaría, por favor, que para demostrármelo no volviera a hablar en esos términos del que será, dentro de unos días, mi marido.

Afirma en su carta creer en el amor y en la redención. Permítame dudarlo. Los horrores que usted describe fueron cometidos por una persona que ya no existe, una persona que había sido maltratada en su infancia, golpeada por su padre y humillada por su madre. Una persona que sólo supo devolver con odio el odio que se le había infligido. Pero el amor, mi amor total, apasionado, hizo desaparecer al asesino cruel que usted recuerda y permitió que se mostrara un ser frágil, tierno y sensible, arrepentido y horrorizado de lo que en otro momento hizo (pero no era él).

Gracias por su interés,

Lidia Riutort


Del diario personal de Juan Herrera, el día de su puesta en libertad.

Hoy salgo. Tras quince años. Quiero a Lidia. Me gustan sus ojos. Me gusta como me mira y las cosas que me dice. Hoy salgo, y esta noche, por fin, la pasaremos juntos. Tengo ya preparadas mis cosas para cuando vengan a buscarme: mi ropa, mis libros, mis libretas, mis lápices de colores y este diario.

Tengo ganas de verla, de acariciarla. A medida que se acercaba el día de mi libertad, eran más frecuentes mis sueños con ella. Su piel. Sus ojos. Esos ojos oscuros, insondables. Me gustan sus ojos.

Vienen a buscarme. Adiós, celda. Adiós, querido diario.


Barcelona, 30 de septiembre de 1998

Sr. Emilio José Rodríguez,

Lo cierto es que, con ser el Inspector encargado del caso, pocos datos más puedo aportarle a los que usted ya conoce por los periódicos. La escena del crimen, del cual los detalles más crueles se ocultaron a la prensa, era dantesca, con sangre por todas partes. Que un ser humano sea capaz de algo así es algo que hace tambalear cualquier creencia, cualquier esperanza.

No sólo usó los lápices por todo su cuerpo, sino también agujas de tejer y un sacacorchos. Encontramos dos hojas de afeitar rotas, sin duda por la presión que se había ejercido sobre ellas. Y el papel de lija al que se han referido los periódicos con insistencia.

La orden de busca y captura no ha podido aun ejecutarse. Aunque ocultaba su identidad, se ha confirmado que Lidia Riutort era la madre de Ainoa, la primera víctima de Juan Herrera. Una venganza cruel, servida fría y preparada durante más de quince años.

Atentamente,

Manuel Morales
Inspector Jefe de policía.

12 may 2006

Responsabilidades (Un cuento de mal rollo)

Qué palo. El mismo día en que llegó al piso con todas sus cosas recibió la noticia de que en la última reunión de vecinos, a la que no había podido asistir porque aún no estaba instalado, le habían nombrado encargado de los calabozos de la comunidad. Jaime acababa de independizarse de sus padres y no tenía experiencia en responsabilidades de este tipo. Si se hubiera tratado de del mantenimiento de las luces o, incluso, de la tesorería, se habría sentido capaz de asumirlo, pero los calabozos...

- “No es tanto trabajo”, le aseguró el Presidente de la Comunidad mientras le tendía las llaves. “Que tengan comida y que más o menos todo esté en orden. Sólo eso. Del agujero ya me encargo yo.”

El Presidente era un tipo grande, voluminoso, como si con su sola presencia pretendiera que los demás tuvieran que abandonar la sala. Era de esos tíos que se valen de su tamaño para intimidar, no directamente, sino poniéndote sus manazas sobre el hombro, como queriéndote mostrar en un falso remedo de afabilidad que si quisieran podrían estrujarte la cabeza como si fuera un melón podrido, o acercándose mucho a ti cuando te hablan para cubrir tu horizonte y que tengas que mirarlos desde abajo, y así poderte escupir en la cara con facilidad. Llevaba tres años de presidente pero, por la manera como todos lo trataban, podía haber llevado toda la vida. Andaba por la escalera como el elefante del Libro de la Selva revisando su ejército, con una rotundidad imponente, sin dejar que nadie pudiera entrar o salir sin ver que él estaba allí, cumpliendo con su deber. Este magno ejemplar de humanidad estaba jubilado, y parece ser que en tiempos había sido vendedor de seguros. Jaime podía imaginarlo intimidando a sus clientes, o me contratas un seguro o te mato a hostias, y la pobre mujer o el pobre tipo que se topaba con él firmaría convencido de que no había alternativa. Luego daría unas risotadas, les golpearía la espalda con sus manazas y les reafirmaría en lo bien que habían hecho contratando con él, ya verían, si un día les caía una viga encima yendo por la calle sus hijos darían palmas de alegría.

En su piso las cosas aun estaban todas manga por hombro. Se había mudado algo precipitadamente debido a la última riña con sus padres. Tenía el piso comprado desde hacia un par de meses, pero los estudios no le habían dejado mucho tiempo para ir llevando cosas y adecentarlo un poco. Pero ahora pensaba disponer de algunos días para poner algo de orden en todo aquello. Jaime estudiaba tercero de medicina, y sólo los libros y apuntes le habían bastado para llenar doce de cajas de cartón. Empezó instalando las estanterías, midiendo, golpeando, taladrando. Se le fue toda la tarde, pero quería empezar a llenarlas para que el aspecto no fuera tan lamentable. En una de las cajas con libros encontró la bolsa negra con las cosas. No recordaba haberla puesto allí, pero no era extraño, con las prisas. Los últimos días habían sido un follón de exámenes, noches sin dormir y discusiones con sus padres. Pensó en dejar la bolsa en la estantería, pero le pareció mejor esconderla en el patio de luces, tras las cajas donde guardaba la lejía, el amoniaco y los detergentes. Tras acabar de colocar los libros se frió algo de pescado congelado para cenar y, faltaban pocos minutos para la once, se puso un vídeo de Woody Allen y se apalancó en el sofá. De momento tenía la tele sobre una silla, pero aun no había decidido si ésa sería su ubicación definitiva. Probablemente no.

Esperaba Woody a Diane Keaton en la puerta de un cine, cuando sonó el teléfono. Sus padres no serían, eso seguro. Tampoco podía ser nadie de la facultad, pues no tenían su número. Entre el montón de cajas, papeles, maderas y libros por los suelos, Jaime no encontraba el teléfono. El timbre era agudo, duro, irritante. Y persistía. Estuvo por cerrar con fuerza los ojos, apretar los puños y esperar a que callara, pero entonces lo tocó con el pie, bajo unos periódicos manchados de pintura. La voz, que llegaba hasta él entre un ruido de fritura, era la del presidente. “No has bajado”, informó seco. Y antes de que Jaime pudiera entender de que hablaba, en tono menos grave prosiguió: “Ya he bajado yo, tranquilo. Es el primer día, ya se sabe.” Y, sin tiempo a responder: “Acuérdate mañana.” Y colgó.

Se acordó. Lo tuvo presente todo el día, y a las ocho bajó. Se llegaba a través del mismo pasillo que llevaba a la zona infantil, pero entrando por una puerta que hay antes de llegar al patio interior. Tras un pasillo breve, otra puerta, grande, metálica, fuerte. Respiró hondo y se armó de valor. Siempre se le hacían un palo las responsabilidades, pero cuando una cosa tiene que hacerse tiene que hacerse. Entró y en media hora lo tuvo todo listo. Volvió a su casa más animado. Realmente, en cuanto lo tuviera por la mano no necesitaría más de veinte minutos al día para cumplir con lo suyo, contando con que del mediodía se encargaba el portero. Sólo la chica rubia se había dirigido a él, enfadada, y eso le había puesto algo nervioso. El trato con las chicas seguía siendo su punto flaco. Se quejaba de que la comida estaba fría, y la verdad es que tenía razón. La señora del 4º, como fuera que se llamase, la había recalentado poco y mal en su casa antes de bajarla. Jaime le explicó a la joven que ahora ya no podía hacer nada, pero le dio su palabra de que a partir de ahora se preocuparía personalmente de que llegara bien. Aprovechó para comentarles a todos en voz alta que era nuevo y que ahora se encargaría él de todo aquello, pero no pareció importarles demasiado, así que dijo buenas noches y se fue para casa, donde aun llegó a tiempo de ver empezar Impacto TV.

No le costó interiorizar sus obligaciones, y la primera semana fue muy suave. Ahora la chica rubia ya no estaba, pero, para compensar, habían llegado dos más, una señora de unos 40 años a la que recordaba haber visto salir del portal el día que había venido a ver el piso. La otra mujer, ya mayor, debía ser su madre, por la manera como le cogía las manos. El presidente, el sábado, bajó mientras estaba dándoles la cena. Se plantó allí en medio y se lo miró todo lentamente, con parsimonia solemne, sin hablar. “Muy bien, chaval, muy bien.” Y se fue. Jaime sintió un gran alivio. Llevaba dos días con la idea de que el suelo tendría que limpiarse pero sin decidirse a hacerlo, y que el presidente no le hubiera dicho nada al respecto le tranquilizó. “Mañana le pasaré la manguera”, pensó primero, pero lo cierto es que aquello estaba fatal, así que lo hizo entonces. Procuró no mojarles demasiado. El suelo estaba levemente inclinado hacia el centro, donde un pequeño colector recogió el agua sucia, oscura ya, mezclada con orín, excrementos y restos de comida.

En su piso las cosas estaban ya algo mejor. Volvió a la facultad, y dedicó las tardes a estudiar y acabar de arreglar las cosas. De momento podía permitirse esperar un par de meses antes de empezar a buscar algún trabajo.
Mientras, el cuidado del calabozo se convirtió pronto en una rutina más. No era Jaime persona de darle muchas vueltas a las cosas, pero a veces le venían a la cabeza pensamientos extraños. Un día, a la hora de darles la cena, se encontró de nuevo con el presidente, y se decidió a formular una pregunta que llevaba días rondándole por la cabeza. “¿Por qué están aquí todos estos?”. El presidente le miró con una mueca entre despreciativa y burlona: “Mala gente...” Y tras un silencio acompañado de pequeñas negaciones con la cabeza, continuó: “Mala gente..., sí señor.” Aquello tranquilizó a Jaime. Ya lo suponía, pues de otro modo no estarían allí, pero oírselo decir al Presidente con esa convicción era otra cosa. Los exámenes se acercaban y quería pedirle permiso para algo especial. Se atrevió a ello. El Presidente le respondió con una gran sonrisa y dándole un manotazo en la espalda: “Por supuesto, chaval, claro que sí. Eso ni se pregunta...”

Jaime subió a su piso pudiendo apenas contener la alegría. De detrás de las cajas con las cosas de limpieza sacó la bolsa negra y la llevó al comedor. Sobre la mesa, la abrió y extendió los instrumentos sobre un paño negro. Estaban limpios y resplandecientes. El brillo hería los ojos. Luego fue a buscar un palillo y, sentado en una silla, se dedicó metódicamente a limpiarse las uñas. En eso Jaime era muy suyo, la higiene para un médico es esencial. Ya se ensuciarían bastante luego. Repasó el material una vez más y le pareció apreciar en las tenacillas una pequeña mancha parduzca que se apresuró a frotar con un paño de cocina. Guardó de nuevo el material quirúrgico en la bolsa, cogió también una antigua edición del “Gray’s Anatomy” y, alborozado, fue hacía la puerta. Después de todo, tener responsabilidades tenía sus compensaciones.

Testimonio (Un cuento extraño)

Voy a volverme loco. La maldición está lanzada y ya nada ni nadie puede quitármela. Y no consumiré mis últimos momentos de cordura sin intentar contar al mundo mi historia por lo que de ella pudiera aprenderse. No confío en la policía. Nunca actuaría ante un caso como el mío. Y, aunque lo hiciera, tampoco sabría como afrontarlo. Lo único que puede evitar que se hagan con el control del mundo es que corra la voz entre la gente de la calle, que todos sepan lo que pasa cuando te llevan a hablar con el director.

Yo había ido por una hipoteca. Compré mi piso hace unos años y pensaba que ya había llegado el momento de aprovecharme de las bajadas de tipos. No soy un gran cliente, pero tengo una libreta con cuatro duros, donde cobro la nómina y pago mil domiciliaciones. No aparezco nunca por la agencia y cuando necesito dinero, tiro de tarjeta. Por eso no conocía al director y, cuando me llevaron a su despacho, me sorprendió la sensación de seguridad que desprendía. Alguna vez, cuando todos los planetas sigan girando, yo querré tener también ese aire de suficiencia sin engreimiento, de autoconfianza sin prepotencia. Me hizo sentar y, con un gesto confiado, abrió un cajón y sacó mis papeles. Empezó a hablarme sobre la actual coyuntura del mercado inmobiliario, sobre las dificultades de tomar decisiones en momentos de tanta incertidumbre y sobre lo bien que haría si seguía pagando más que nadie durante un par de años a la espera de que ‘el horizonte se despejara’. ¡Se despejara...! Es patético e insultante que me comparen con un paisaje en neblinas, que inscriban mi cerebro en la categoría de cosas-en-un-lugar. Pero la directora no lo había hecho con mala intención, estoy seguro. Sólo pretendía confundirme, insultarme y rebajar mi autoestima con su discurso jactancioso. Pero yo fui más listo que él. Por eso cuando, entre mis datos financieros, empezó a citar detalles de mi familia, de mis aficiones, de los lugares que había visitado, de las amantes que he tenido, intenté no prestarle importancia. Interiormente no conseguía entender de donde había sacado aquel hombre toda la información. Ahora que escribo esto lo veo todo más claro, pero entonces, aunque aparentaba tranquilidad, mi cerebro no dejaba de dar inútiles vueltas. Ahora sé que en su ordenador está todo y que, aunque nunca admitirán que los carteros también escuchan detrás de las puertas y llenan mil informes e impresos con nuestros datos, la verdad acaba por imponerse y nada tiene que temer de ella la libertad. ¿No es cierto acaso que incluso tras la destrucción viene la calma? ¿No dicen los que de esto entienden que ni siquiera en Internet hay control posible?

Supongo que la maldición residía en el abrecartas. Estaba sobre su mesa, una bonita pieza de artesanía; hombres y mujeres dando forma, lijando, puliendo, ornamentando; oscuros secretos transmitidos de generación en generación; las calles repletas de palomas heridas, casi muertas. En su mango, un rubí rojo o algo que, sin ser un rubí, lo parecía. Dicen que en esas joyas existen mundos escondidos y que quien sabe mirar en su interior puede descubrir el origen del universo, o su final. Me costaba cada vez más mantener la mirada en ella mientras me contaba, con aparente frialdad, el final de una relación que tuve hace algunos años, con una mujer que luego fue cantante y que acabó suicidándose. No podía apartar los ojos del rubí y en él no había mundos, sólo la certidumbre de que mi alma estaba siendo absorbida y de que a eso se debía que aquel rojo fuera cada vez más intenso. Intenté levantarme para irme pero sólo pude articular preguntas irrelevantes referidas a las diferentes opciones de subrogación del préstamo. La directora hubiera querido desnudarse, lo sé, y arrancarme el corazón, pero era más seguro esperar a que mi cuerpo fuera ya sólo un envoltorio vacío. Por eso aproveché para salir en cuanto lo hube firmado todo. Nada había ya que valiera la pena, dado que también los barrenderos y las cajeras de los supermercados debían saberlo todo sobre mi. Ahora entendía muchas cosas, algunas miradas, algunas conversaciones que la gente mantenía desde hacía meses a mis espaldas. Los vecinos debían saberlo, debían confiar en que más tarde o más temprano me sorberían el alma. Por eso me saludaban en el ascensor. Por eso me reconocían en las tiendas del barrio. El director debía haberlo contado todo, tal vez habría distribuido carteles o, mejor aun, panfletos con instrucciones entre el vecindario.

Al salir, cuando uno de sus criados me limpió los zapatos, tuve ocasión de escuchar de nuevo aquel sonido, como de engranajes, tras las paredes, y las risas tras de mí. Aquella mujer se había encerrado de nuevo en su despacho y seguramente bebía sangre humana y vaciaba el rubí. Fuera, los cajeros, que seguían atendiendo serviciales a los clientes, habían aprendido a disimular, pero guardaban puñados de fósforo y azufre en los cajones, junto a los billetes.

11 may 2006

La estación de Taidos (Un cuento)

El tren no llegó aquel día a Taidos, como no había llegado tampoco el día anterior, ni el anterior del anterior. Nadie en el pueblo había visto llegar nunca un tren, nadie lo había visto salir del túnel del valle ni, tras apenas cincuenta metros de recorrido exterior, parar en la Estación de Taidos. Pero, pese a todo, los habitantes estaban orgullosos de su estación, de sus vías, que mantenían flamantes, y de constar en la Guía Oficial del Ferrocarril. Y hasta los más viejos tenían la esperanza de poder ver algún día el tren entrando de nuevo, entre estruendo y humo, en el pueblo. Contaban esos ancianos que antes, cuando los padres de sus abuelos eran jóvenes, un tren paraba en la estación cada media hora. El trajín era inmenso siempre entonces, día y noche un río de maletas, mochilas, cajas, turistas y mercancías inundaba perpetuamente la estación. Luego las cosas fueron empeorando y la frecuencia empezó a disminuir. Los intervalos entre trenes fueron ensanchándose: una hora, dos horas, seis horas. Llegó un momento en que sólo paraba en la estación el tren de las cinco, a media tarde. Luego, seguían contando los abuelos según a ellos se lo habían contado, las llegadas del tren se redujeron aun más: día si, día no; cada semana; cada mes; una vez al año. Llegó un momento en que nadie vio llegar ya más el tren pese a que Taidos seguía constando en la Guía de Ferrocarriles. El ayuntamiento se encargaba del mantenimiento de la estación y el entorno en condiciones, gestionando con diligencia las exigencias burocráticas del Ministerio del Ferrocarril. Y aunque la frecuencia entre trenes se medía por generaciones, Taidos seguía siendo una ciudad con estación, una ciudad donde, algún día, llegaría el siguiente tren.
* * *
El Alcalde entró en su despacho como siempre, a media mañana. No habían temas urgentes a tratar, así que decidió avanzar en la elaboración de unas complejas estadísticas que le exigían los Servicios Centrales del Ministerio de Coordinación Municipal. La puerta se abrió de golpe, sin que hubieran llamado antes para pedir permiso. De pie en la puerta, pálida, su secretaria sostenía un papel en la mano, un fax recién llegado, le dijo ella, del Gobierno, del Ministerio del Ferrocarril. El Alcalde supo, por su expresión, que se trataba de algún asunto serio, probablemente la petición urgente de un informe sobre los estados de nivelación de las vías o las lecturas higrométricas en la entrada del túnel. Pero era más que eso. Leyó y releyó las escasas líneas del fax. Una remodelación en la estructura ferroviaria del país obligaba a determinados cambios con la intención de abaratar costes. Así pues, a finales de mes, en apenas 21 días, la línea de tren que llegaba a Taidos quedaría descatalogada, la Estación dejaría de estar activa y, definitivamente, dejaría de constar en la Guía de Ferrocarriles.

El primer pensamiento del Alcalde fue evitar que la noticia se extendiera, pero cuando pudo darse cuenta, su Secretaria ya había salido y la había comentado, y la mala nueva iba ya de boca en boca por las calles de Taidos, hasta que, en pocos minutos, toda el pueblo supo que su estación estaba amenazada. Como por instinto la multitud fue acumulándose a las puertas de la estación. Se formaron corrillos, y todos comentaban la noticia, deformada por los rumores y por cómo se había transmitido. Unos decían que iban a venir a tapiar el túnel y a demoler la estación. Otros comentaban que la decisión no era en firme, que estaba pendiente de un referéndum y que, claro, ¿quién iba a votar en la ciudad para que quitaran la estación?. Al rato, desbordado por los acontecimientos, llegó el Alcalde. Intento hablar con serenidad, y ser claro en la exposición. Desde el gobierno eran diáfanos, no se trataba de una decisión provisional sino, más bien, de la mera comunicación de una decisión ya tomada, y que entraría en vigor en apenas 20 días. ¿Alguien tenía alguna idea? Nicolás, uno de los más ancianos, tomó la palabra. Contó que su padre le había dicho que, de pequeño, el Gobierno había intentado también quitar la estación y sacar al pueblo de la Guía, con la excusa de que no pasaban trenes. Entonces el pueblo entero se movilizó, se hicieron acciones de presión, manifestaciones, y, finalmente, el Gobierno dio el brazo a torcer y la eliminación de la estación de Taidos había quedado aparcada. Hasta que ahora, muchos años más tarde, algún funcionario aburrido había desenterrado la propuesta y había creído conveniente tocar las narices a la gente de Taidos. Pero no iban a consentirlo. La historia del viejo Nicolás dio ánimos al pueblo que sintieron que nada pasaría si ellos no querían. De su unidad saldría la fuerza que, de nuevo, haría doblar el cuello al Gobierno. De inmediato se organizaron manifestaciones y actos reivindicativos. Durante toda la semana siguiente, cada mediodía y cada tarde a eso de las siete, el pueblo entero se manifestaba ante la estación, y durante una hora se coreaban gritos y se leían manifiestos. “Gobierno, cabrón, salva la estación”, o “Gobierno, caradura; el tren es cultura” eran algunos de los eslóganes coreados con entusiasmo. Quienes tenían más talento literario componían poemas y canciones combativas o melancólicas que se leían o cantaban en público, y que infundían en la gente ganas de seguir luchando, de seguir exigiendo aquello que era justo: su esperanza de que, algún día, un tren llegara a Taidos.

La semana pasó. Las gentes de Taidos esperaban que sus acciones hubieran hecho mella en medios gubernamentales. Los más optimistas estaban convencidos de que ni el más insensible de los gobernantes podía hacer oídos sordos a aquel clamor popular. ¿Que sentido tenía, en la era de las comunicaciones, suprimir una estación? Sin histerias, sin agobios, la gente fue congregándose el séptimo día a las puertas del ayuntamiento, seguros de que llegaría el fax que desfacería el entuerto.

Y llegó un fax.

El fax, del Ministerio de Ferrocarriles, no hacía referencia a las acciones de protesta de los últimos días, tan sólo le recordaba al Alcalde que, según lo especificado en el fax anterior, dentro de 14 días la estación de Taidos dejaría de estar en funcionamiento.

Fue el propio Alcalde quien salió al balcón del ayuntamiento a dar la noticia a la multitud que se había congregado abajo, y que reaccionó a las malas noticias con furia e indignación primero, y con silencio apenado después. El Alcalde les recordó que las acciones de los últimos días difícilmente habrían llegado a oídos del Gobierno, habida cuenta de que Taidos tenía apenas contacto con el exterior. El Alcalde les tranquilizó de nuevo y, sobreponiéndose a su propio miedo, les aseguró que escribiría un alegato extenso, detallado e incuestionable sobre el asunto, y que lo haría llegar por fax al Ministerio. Durante una semana entera estuvieron reunidos, sin apenas comer, sin apenas dormir, el Alcalde y sus consejeros intentando encontrar las palabras justas, las formas necesarias para ser entendidos y atendidos. Filtraron cada palabra, cada frase, cada construcción sintáctica, tratando de conseguir la quintaesencia de lo emotivo y convincente. Cada aspecto del problema, cada matiz de la cuestión, fue laboriosamente quedando negro sobre blanco. Doce folios en los que estaban depositadas las esperanzas de Taidos entero.

Tuvieron problemas con el fax. Tras haber entrado los tres primeros folios, la máquina se atascó. Cuando lo hubieron arreglado, no estaban seguros de que las primeras páginas hubieran llegado, así que las mandaron de nuevo. Tras tragarse la última página, tres luces del chisme se encendieron y empezaron a parpadear con insistencia. Ante la duda, volvieron a mandar de nuevo los papeles, y desearon con vehemencia que la tecnología hiciera visibles sus palabras al otro extremo del cable.

El tercer fax llegó al cabo de un par de horas. Al finalizar la próxima semana, Taidos ya no sería una ciudad con estación y quienes la buscaran en la Guía de Ferrocarriles, leerían la infamante nota: “A esta población no llega el tren”. No había nada más que discutir, pues las decisiones estaban ya tomadas, aseguraba con firmeza el Ministerio, a Taidos sólo le quedaban 6 días de estación. Desde el Ministerio les decían también que arreglaran el fax porque debía tener algún problema, pues muchas hojas les habían llegado repetidas muchas veces.

Lo que pasó entonces está descrito a lo largo de la historia, bajo diferentes manifestaciones, como un episodio de histeria colectiva. Desesperanzados, apenados, furiosos y airados contra el Gobierno, el Ministerio, y la inevitabilidad de las decisiones administrativas, la multitud empezó a acumularse en la Plaza Mayor. No les iban a quitar la estación. No iban a sufrir la indignidad de ver cómo las máquinas amarillas del ministerio derruían la estación entre las lagrimas de los niños. Era la estación de Taidos. ¿Taidos había de quedarse sin estación? De acuerdo. Pero no iban a soportar la humillación de ver como los de fuera destruían sus sueños. Suyo era el pueblo, suya la estación, y suyos los sueños rotos. Poco a poco, entre la multitud fueron apareciendo picos y palas. Sierras, tenazas, grandes herramientas. Germán, el de las reparaciones, llegó a la plaza y repartió algunos martillos hidráulicos. Espontáneamente, la masa fue en procesión decidida hasta la Estación y descargaron allí toda la furia, toda la rabia acumulada en las últimas semanas. Los cristales de la estación duraron poco. Los niños dieron cuenta de ellos a pedradas y luego la gente entró en las instalaciones y arrasó con todo. Los tabiques caían, las paredes eran golpeadas y taladradas y se iban debilitando. Una multitud armada con picos, mazos, y un montón de herramientas destructivas, dejó en pocas horas el lugar donde se encontraba la Estación reducido a escombros. Con la misma persistencia demoledora, la multitud empezó a arrancar los rieles de la vía y a llevárselos al almacén municipal. Servirían para fundir, para construir cosas con más sentido que unas inútiles vías inservibles. Al final de aquel día, cuando el sol empezaba a ocultarse, sólo una cicatriz de tierra removida y raíles muertos se extendía desde la salida del túnel hasta los restos de la Estación. El viejo Nicolás, que había participado también, con sus pocas fuerzas, en la destrucción, fue el primero en ver la luz acercarse desde dentro del túnel. Luego, todos oyeron el silbato y vieron por fin llegar el tren al pueblo, a punto de salir del túnel y entrar, entre estruendo y humo, en lo que había sido la estación de Taidos.

10 may 2006

Manchas en la pared (Otro cuento de mal rollo)

Le dolían los ojos y las sienes. Se había despertado con la necesidad urgente de mear, pero la poca luz que entraba por la ventana le hizo pensar que debía ser aún muy, muy pronto. Mientras vaciaba las cervezas de la noche anterior, cerró los párpados intentando calmar las punzadas que sentía. Los volvió a abrir al dejar de oír el ruido de su orina al caer en el lavabo, más por reflejo que porque le importara realmente mojar el suelo. Al acabar se dio cuenta de que la bañera aún estaba llena hasta la mitad de agua sucia con restos de jabón. Puso la mano dentro para destaparla y se frotó luego con la toalla que estaba en el suelo para secarse el brazo. Vio entonces la mancha. Era del tamaño de un puño, de un color oscuro e indefinido, y estaba situada en la pared del lavabo, entre la bañera y la taza. “¿Qué coño es esto?”, se dijo. La mancha parecía seca, y su contorno era aún más oscuro. Acercó los dedos y la tocó. Frotándola no parecía irse. Sí, estaba seca. “Que le den por culo...“, pensó. Y al separar la mano recordó en que estaba sólo, en que María le había dejado. “Que la den por culo...”, dijo esta vez en voz alta, sin que ello le impidiera sentir un dolor amargo en algún lugar de su interior.

María. ¿Cuánto hacía que se fue? ¿Cuántos días llevaba sin ella? Volvió a la cama y pensó que debería cambiar las sábanas. Ya no pudo dormir más. La cabeza le dolía tanto... Necesitaba tomar algo, este dolor se cura con un trago, con varios tragos y durmiendo toda la mañana. “Borracho hijo de puta. No es extraño que te dejen, mírate, durmiendo entre sábanas sucias, con el piso oliendo a alcohol y a basuras que no se bajan desde hace días.” ¿Cuánto tiempo llevaba así? Semanas, tal vez. Semanas enteras sin María. La llamaría y le diría que la echaba de menos, que quería volver a vivir con ella, que le perdonara y que la casa necesitaba de ella, que salían manchas en la pared, que el dormitorio apestaba, que estaba harto de comer la misma comida recalentada, maldita zorra, que si no volvía con él la... Recordó la mancha y, sin ser del todo consciente, salió a la galería y cogió un par de trapos y una botella de lejía. Era lo primero que había encontrado entre botellas de limpiacristales, limpiahornos y espráis diversos. Cogió también el matacucarachas. Cada vez había más, cada vez le perdían más el respeto, ya no corrían sólo de noche, las veía escondiéndose cuando entraba en la cocina a cualquier hora del día. Vació el envase rociando el suelo, los muebles, los cajones y, al acabar, dejó el pote vacío dentro del fregadero. Se dirigió entonces al lavabo y se sentó en el suelo frente a la mancha. Dejó caer un buen chorro de lejía sobre el trapo, empapándolo. Un hilo líquido se deslizo por sus manos y, en contacto con las heridas que tenía en los nudillos le hizo apretar con fuerza las mandíbulas para no chillar. Se enjuagó las manos con agua y se las secó. Con el trapo empapado empezó a frotar la mancha, apretando con fuerza. “Esa puta zorra debería estar aquí, limpiando esto.” Empezaba a estar hasta los cojones de tanto feminismo y de tantas hostias. ¿Qué pareja no discute? ¿Quién les ha contado a todas esas putas que en la vida es todo bonito y que hay príncipes azules esperándolas en castillos? Y la puta mancha no se iba... ¿De dónde salía? Si hubiera una tubería ahí detrás que perdiera, la marca estaría húmeda, y habría crecido.

Pronto se hartó. Tiró los trapos dentro de la bañera y dejó la botella de lejía detrás de la puerta. Fue hasta la cocina y se sirvió un vaso de vino, el último de la mañana. Ya eran las doce. Nada más de alcohol hasta la hora de comer. “Aunque ¿Qué coño...? De algo me ha de servir estar sólo...” Y se sirvió un vaso más.

No volvió a pensar en María hasta muy tarde. Había bajado a comer algo a un bar. No le gustaba ir a los bares de cerca de casa porque tenía la sensación de que le miraban mal. “Esos cabrones siempre miran de joderte... ¡Que les den por culo...!” Así que anduvo algún rato hasta encontrar un bareto donde tomarse un bocata. Cogió el periódico para hojearlo mientras comía, pero sólo salían las idioteces de siempre. Los hijoputas de políticos y la puta mierda del partido del Madrid que los muy cabrones habían ganado. De repente sintió la urgencia de salir de allí, la sensación de que algún peligro indefinido le acosaba. Se pasó la tarde andando de un sitio a otro, y, cuando empezaba a oscurecer, se sentó en un banco del parque y se estuvo allí un rato mirando las tías que pasaban, mirando como las muy zorras se vestían en estos días en que las tías parecen pensar que pueden enseñarlo todo. No quería irse de putas, quería estar con María, quería volver a hacerlo con ella... No me hagas daño, le decía ella. Así no, házmelo con cuidado, le decía siempre María. Las mujeres hoy en día piensan que los hombres son todos unos maricones y se asustan con un tío de verdad. No, por favor, no me lo hagas así, no me gusta, por favor, por favor, así no, por favor, así no. Pensar en María le excitó, pero la mierda del alcohol hacía que no se le pusiera dura. Me haces daño, no me aprietes tanto las muñecas.

Volvió a casa poco antes de las nueve. Entró en la cocina y fue directo a la nevera. Pero se detuvo antes de abrir la puerta, como si su inconsciente hubiera visto algo que a él se le había escapado. Giró la vista hacia la pica del fregadero y vio que estaba llena de lo que debía ser... Sangre. Sangre en la cocina. La pica llena de sangre, sólo sobresalía el vaso que estaba sobre la pila de platos ahora inundada, y el mango de una espátula. Cerró los ojos. El terror mordía sus entrañas, retorciendo, haciendo daño. Eso no estaba allí. La puta mierda del alcohol. No supo cuanto tiempo tuvo cerrados los ojos, y cuando consiguió las fuerzas para mirar de nuevo, la pica estaba vacía. Cayó o se dejo caer, y quedo sentado en el suelo, con las rodillas contra su cara, abrazándose las piernas. Debía dejar de beber. Había oído de borrachos que empiezan a ver cucarachas corriendo bajo su piel y que se vuelven locos para siempre de terror. Había oído de borrachos que notan ratas en su estomago que quieren salir, y mueren de ataques al corazón. Debía dejar el puto alcohol. ¿Desde cuando bebía? ¿Dos, tres años...? La fabrica cerró y todo se fue a la mierda. Y ahora, en su carrera cuesta abajo, había perdido a María.

Pensó en llamarla, pero no sabía donde estaba. Sus padres habían muerto hacía muchos años y no tenía hermanos. Quizás estuviera en casa de alguna amiga, alguna de esas feministas hijas de puta amigas suyas que le llenaron la cabeza de mierdas. Pero no tenía ningún teléfono, ninguna dirección.

Se levantó y se sirvió algo para beber. De inmediato se sintió mejor. Ya no temblaba.

Recordó el motivo por el que se fue. Creyó sentir algo parecido a la culpabilidad, pero de inmediato recordó aquella sonrisa, a María burlándose en su cara, mostrándole su desprecio. Él le había dicho que la cocina daba asco, y era verdad, no había forma de encontrar nada porque María siempre le cambiaba las cosas de sitio; y ella sonrió y le dijo que si no encontraba las cosas era porque estaba borracho, la muy puta. Y le dio una hostia.

Su cabeza, tras darse contra el borde de la bañera había rebotado, con un ruido sordo, contra la pared, y su cara quedó en el suelo, junto a la taza del water. María se levantó; le sangraba una ceja y los labios. María se toco la boca con los dedos, y los miró, llenos de sangre. En su cara se mezclaron la rabia y el dolor con un aire de resolución y de... alivio. No era la primera vez; en el trabajo estaban acostumbrados a verla con gafas de sol. Se había acabado.

Y había cogido y se había ido, sin un grito, sin preparar las maletas, sin limpiarse la sangre de la cara. Y recordó su expresión cuando cerró la puerta y lo dejo a él dentro, definitivamente. Su sonrisa, su puta sonrisa. Y de eso hacía ya, ¿cuánto? ¿una, dos semanas...?

Se tendió en la cama y frotándose los pies consiguió sacarse los zapatos, que cayeron a un lado, sobre la sábana. Hundió la cabeza en la almohada, con la luz aún abierta, pero buscando oscuridad. ¿Por qué sonaba toda esa música dentro de su cabeza? ¿Por qué no dejaban de tocar esas putas trompetas? Pero se durmió. Y cuando despertó de nuevo vio una mancha en la pared.

La luz de la habitación estaba encendida, y fuera aún era de noche. Dos dedos gigantes sobre sus sienes apretaban su cabeza como si fuera una nuez que quisieran partir. Cada vez era peor ese dolor al despertar. Se levantó para servirse algo y la mancha estaba allí, en la pared, al lado del armario. Se acercó, la miró, la toco, la frotó, la golpeó, la rascó con las uñas y se las rompió, y la mancha seguía allí. ¿Con qué coño quitaba María este tipo de manchas y dónde estaba ahora la muy puta...? Ahora que la necesitaba aquí, que la querría sobre la cama para hacer con ella esas cosas que le gustaban tanto.

Algo iba mal. “Cálmate”. ”. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Por qué coño esa obsesión con las manchas y ese ponerse a pensar en follarse a María? “Cálmate, cojones. Piensa con la cabeza”. Las cosas se estaban poniendo chungas. Iba a dar un último trago, sólo para poder reflexionar con un poco con claridad y luego lo dejaría para siempre. “Esta puta mierda no me va a joder más...”.

Tras beber, su cabeza empezó a funcionar con claridad. Ahora se daba cuenta de que no le sentaba bien pensar en María, en el día en que se fue. Y pensó que la mancha en la pared del lavabo podía ser una mancha de aquel día, de cuando ella se cayó y se dió contra la pared. Y pensó que esta mancha, la del dormitorio, podía ser de aquella otra vez, de cuando se habían discutido por lo guarras que le dejaba siempre ella las camisas, y arrugadas de cualquier manera en el armario. Tal vez en aquella ocasión la culpa había sido de él, porque es cierto que ella le había pedido perdón, entonces aún le pedía perdón cuando hacía cosas mal, antes de conocer a todas esas cabronas tortilleras. Esa vez ella se había disculpado, y le había dicho que no pasaría más, que iría con más cuidado con sus camisas, que tenía que entender que, a veces, cuando volvía de trabajar, estaba cansada y no se fijaba lo bastante. Pero a él le había puesto furioso esa referencia al trabajo, ese hacerse la mártir, ese echarle por la cara que mientras ella trabajaba él se quedaba en casa y no dejaba de beber y lamentarse. Y es verdad que aquel día había bebido mucho. Quizás por eso se enfadó tanto. Quizás por eso la pegó tan fuerte.

Al día siguiente él la había llevado al cine. Aquel día casi no bebió y, guiado por el remordimiento, la trató con amabilidad, respeto y atención. Aquella había sido la última vez que ella le besó sin asco. Luego, todo había seguido yéndose a la mierda.

Pero ahora estaba mejor. Se sentó en el sofá. El calor volvía llenar su cuerpo. Puso la tele, pero para sus ojos todo eran canales sin señal, luces y ruidos sin sentido. Hasta que sonó una voz, la de María, sollozando, viniendo del televisor. “No me pegues, por favor, no me pegues.” El mando a distancia no funcionaba, el televisor no se apagaba, el volumen subía y subía. Los gemidos y las quejas de María llenaban ahora el comedor. Como loco, arrancó el cable de la pared y el televisor calló. La cabeza le hervía, y una garra llena de uñas le estrujaba el estómago. Oyó golpes detrás suyo, y el ruido de una sierra cortando carne. Se giró para no ver a nadie, sólo una mancha en el suelo, al lado del sofá, donde una vez había tirado a María de un empujón porque se quejaba de que volvía tarde a casa, de que ya no pensaba en ella, de que siempre volvía borracho.
Su mundo se hundía, y en lo que sería sin duda la lucidez que a veces procura el miedo, volvió a revivirlo todo, cada golpe, cada insulto, cada patada. Y en estos dos últimos años había habido mucho de todo. Ahora, sin lagunas de memoria, sin niebla en la cabeza ni en sus recuerdos, volvió a verlo, a revivir el momento en que María se fue y le sonrió por última vez, antes de cerrar por fuera la puerta del piso, antes de que él corriera hacia allí, la furia quemándole por dentro, y abriera la puerta, antes de que ella empezará a bajar las escaleras. Y él tendió un brazo, y la agarró por el pelo y la arrastró de nuevo hacia dentro, de espaldas sobre el suelo, gritando, pero por poco tiempo. Ahora lo recordó todo, aquella rabia, aquel odio. ¿Qué había hecho después con ella? ¿En cuantas bolsas la bajó?

Lo recordó todo, con claridad, y pese a todo no se suicidó. Vagó por las calles, durmiendo en cualquier sitio, durante seis días, sin atreverse a entrar en su casa, por miedo a las manchas, a los ruidos, a los recuerdos; hasta que una tarde, en un bar, se desmayó y lo llevaron al hospital de donde ya no saldría. Le había reventado el hígado.

Y tardó mucho en morir.

¿Razones?

La del verdugo ciego que mató a su hijo por error.
La de la madre que se lanzó con sus niños al vacio.
La del actor que olvidó su papel y le disparó al público.
La de todos los que llegaron con pancartas y ahora exhiben cabezas.
La de quienes corearon aquel gol y los aplastó la multitud.
La razón del chaval que se mete auroras boreales por las venas.
La de los que se echaron al agua y se ahogaron por salvar un bebé.
Y la del bebé muerto en agua helada.
La de Dios, loco y eterno, confundiéndolo todo sin parar de reir.

Y también la razón del bailarín que cae,
Del poeta que vende versos mustios,
Del arquitecto que construye catedrales sin dioses.

¿Razones?

Si.
Y también frio, y miedo, y azar, y duda.
Y también la viscera gritando,
lo ancestral rugiendo por salir,
y el hambre de sangre ajena.

Razones no faltan.

Multa (Un cuento de mal rollo)

No me quiero mover. Ahora está todo oscuro y lleno de sangre. No la sangre de los cerdos, porque siempre hay sangre de los cerdos aquí aunque le tiramos serrín. Esta sangre es de persona. Y tengo un cuchillo que no lo quiero soltar, lo tengo yo y es mío, es mi cuchillo. Al principio los cuchillos me daban un poco de miedo pero mi padre me decía que no tuviera Miedo, que a los cuchillos se les tiene que tener Respeto pero no Miedo. Yo siempre miraba a mi padre rascar el cuchillo contra un hierro para que cortara mejor la carne, pero mi padre no era mi padre de verdad, pero a mi padre de verdad yo no le conocía y yo siempre le llamaba padre a él para tener uno. Decía que si se rasca el cuchillo corta más pero te puedes hacer más Daño y puedes hacer Daño a alguien si no vas con Cuidado.

Me da miedo estar aquí aunque ya ha pasado todo y prefiero pensar en las cosas que me acuerdo de mi padre cuando no estaba muerto. Me acuerdo que un día me enseño el cuarto para colgar la carne de unos Ganchos. Se pone la carne entera de un cerdo en el Gancho y se corta para quitar la sangre que se pone en un cubo pero siempre cae un poco. Yo me sentaba en un taburete pequeño de madera que también te puedes poner de pie encima para coger cosas altas de los armarios. Me sentaba mientras miraba como mi padre cortaba con Cuidado el cerdo para no cortarse él, pero un día se cortó y dijo que era mi culpa porque le hablaba todo el rato y decía que no hay que Distraerse con un cuchillo porque te puedes hacer Daño. Por eso se cortó y se hizo Daño y le salió mucha sangre de un dedo, pero se lo curó con un trapo.

Mi padre me enseñaba muchas cosas. Me enseñaba a tener Cuidado y me enseñaba a usar el cuchillo sin hacerme Daño ni hacer Daño a nadie. Al final yo ya le ayudaba mucho y cortaba todos los trozos de los cerdos y él ponía otro cerdo en el Gancho y yo lo cortaba en trozos para que la gente comiera filetes de cerdo o lo hacíamos en trozos más pequeños que un puré para hacer Hamburguesas. Pero los trozos pequeños no los hacíamos con el cuchillo, los hacíamos con la Maquina de Picar Carne que mi padre se había comprado y la arreglaba siempre él cuando se estropeaba. Porque mi padre arreglaba todas las cosas, la Tele, la Radio, la Máquina de Picar Carne y más cosas. Y primero arreglaba también mis juguetes pero luego dijo que ya era Mayor y que era un Tonto de jugar con los juguetes y no los arregló más. Por eso luego no funcionaba ninguno y yo sólo jugaba con mi cuchillo todo el rato. Lo sé tirar a los árboles y se clava en la madera, y también lo sé tirar al suelo y se clava en el suelo sin tocarme el pie. Y sé hacer más cosas con mi cuchillo.

Pienso y pienso para no tener miedo. Pero si dejo de pensar y miro las cosas ya no está tan oscuro y se nota más el color rojo por todas partes que no tiene el mismo olor que la sangre de cerdo. La culpa la tenía el señor que vino que empezó a decirle a mi padre que el cuarto de los Ganchos no estaba limpio y que le pondría una Multa. Una vez ya le habían puesto una Multa porque otro señor que vino dijo que no estaba limpio y mi padre dijo que si le ponían una Multa tendría que cerrar y nos moriríamos de Hambre. Eso lo dijo la primera vez que le pusieron una Multa pero no nos morimos de Hambre, pero yo pasé muchos días con mucho miedo de morirme. Cuando me dormía también tenía miedo y pensaba que a lo mejor no me despertaba y me había muerto de Hambre. Pero luego ya tuve menos miedo y cuando vino el otro señor no me acordaba de nada hasta que dijo que le pondría una Multa. Dijo, le voy a poner una Multa porque no cumple las condiciones, dijo. Y mi padre dijo, no me ponga una Multa porque no tenemos dinero y tengo que arreglar yo sólo la Maquina de Picar Carne, dijo. Y dijo, sólo tengo esto y tengo que dar de comer también a mi hijo que es Tonto, dijo. Y dijo, si me pone una Multa nos moriremos de Hambre.

El señor que vino se reía de mi padre y yo lo veía que no hacía Caso de lo que mi padre decía. Mi padre siempre dice que haga Caso. Ahora ya no dice nada y está muerto y el señor también está muerto y yo no. Pero si me muevo puede venir otro señor igual que me quiera poner una Multa y que también luego diga idiota, usted es un idiota como su hijo, vaya par de idiotas, los idiotas como usted no deberían tener hijos. Yo veía que mi padre ponía cara rara porque el señor ponía cara más rara como enfadado y como si se burlara y yo me puse contra la pared y sólo lo miraba de reojo porque me daba miedo el señor que decía todo el rato diga a ese retrasado que se calle. Mi padre se enfadó con el señor y el señor le pegó en la cabeza y lo mató y me dijo idiota idiota idiota has visto lo que has hecho yo no quería hacerlo me has puesto nervioso idiota retrasado.

Ya casi no es de noche y cuando no sea más de noche iré a la policía para decirles que un señor ha matado a mi padre y si mientras aun es de noche viene otro señor no tendré miedo porque tengo aun mi cuchillo y con el otro señor lo probé y probé que la Maquina de Picar Carne funcionaba bien porque mi padre la había arreglado.

6 may 2006

Si no tienes razón, pero tampoco estás equivocado, toca el tambor.

En realidad el proverbio oriental dice: "Si no tienes razón, pero tampoco estás equivocado, toca los tambores, y ataca", y por supuesto hace referencia a la necesidad de tomar la iniciativa antes que quedarse discutiendo si esto o aquello. Mi versión reducida, la del título, aporta a la sentencia un aire más surrealista, pero más propio de los tiempos en que vivimos, donde y ya no podemos distinguir contra quien nos enfrentamos, ni podemos saber a quien atacar. Como el niño de Günter Grass, ante la imposibilidad de saber donde está la razón, y la inexistencia de un enemigo visible, nos quedamos en un rincón tocando nuestro tambor de hojalata. Otro gran filósofo, Maki Navaja, lo expresaba en otros términos: "En este mundo podrido y sin ética, a las personas sensibles sólo nos quda la estética"

5 may 2006

Horóscopo para hoy

Aries: Hoy será un buen día si evitas el contacto con los demás. Si no, vas listo. En el trabajo escucharás risitas y cuando preguntes te dirán que no es nada y cambiarán de tema, pero te recordarán que hoy te toca a ti limpiar los lavabos. Cuando llegues a casa los vecinos murmurarán, y tu familia te hará el vacío.

Tauro: No dejes que nadie llamado Ricardo o Tobias te pregunte la hora. Sufrirás calamidades con la fotocopiadora, y cuando la abras para desatascar el papel el tonner te saltará a la cara y tu jefe te insultará por inútil. Acabarás el día fregando los lavabos.

Géminis: Descubrirás que tienes un hermano gemelo al que tu madre abandonó en un container al nacer. Al principio os haréis muy amigos pero su resentimiento te acarreará desgracias. No dejes que se te acerque con cuchillos. Enciérrate en el lavabo y límpialo.

Cáncer: Los acuarios y los sagitarios se aliarán hoy en tu contra, pero los virgo te defenderán. Mañana será al revés, así que tranquilo. Aprovecha la mala suerte que tendrán hoy los Leo y búrlate de ellos, te sentirás bien. Si el jefe te pide que limpies los lavabos, resígnate, lo dice el horóscopo.

Leo: Hoy te llamarán por teléfono y cuando te pongas habrán colgado. Te dará tanta rabia que golpearás el televisor con el auricular y vendrán los vecinos y dirán que ya van cinco denuncias. No te presentes a ningún concurso, están amañados y te tocará limpiar los lavabos.

Virgo: Hoy no vayas al médico. Si tenías hora, cámbiala. Si no puedes cambiarla, acude a su consulta vestido de tirolés. Te sentirás observado, pero será sólo por el atuendo. No es un buen día para ir a visitar a un amigo, pues te lo encontrarás con gripe y te pedirá que por favor le limpies el lavabo.

Libra: Descarta las ideas que tenías para la reunión de hoy y guarda el subfusil a buen recaudo. Tendrás una sorpresa económica y cuando intentes aclararla por teléfono tendrás que llamar a un 902 y no te contestará nadie. Hoy habrá junta de escalera y te nombrarán encargado de limpiar los lavabos.

Escorpio: ¿Quién te mandaba llevarte aquel perro a casa? Hoy cuando vuelvas estará sacando espumarajos por la boca y tendrá que venir la policía a sacrificarlo. Luego te harán declarar ante un juez y te encerrarán en un calabozo con un lavabo atascado que tendrás que limpiar.

Sagitario: Tu familia te odia, hazte a la idea. La sopa estará sosa, no te dejarán ver el futbol y por la noche cuando des la excusa de que vas a por tabaco te recordarán que mañana viene tu suegra a comer y te harán limpiar los lavabos.

Capricornio: Buen día para hacer negocios. Te surgirán grandes oportunidades para blanquear tu dinero, pero desconfía de quienes te las ofrezcan con acento ruso. Si te ofrecen el puesto de gerente de una multinacional armamentística hazte de rogar, pero acéptalo hoy mismo, porque mañana cambian los astros y sólo te cogerían ya para limpiar los lavabos.

Acuario: Lo siento, pero hoy vas a pringar. Al jefe no le gustaron tus insinuaciones y te hará limpiar los lavabos hasta que encuentres la dentadura postiza que perdió la secretaria de dirección antes de jubilarse.

Piscis: Ayer parecía que tenías el aumento de sueldo asegurado, pero un encargo de hoy a última hora dará al traste con tus expectativas y te harán limpiar los lavabos con un palito de algodón.