17 may 2006

Redención (Un cuento epistolar)

Barcelona, 13 de septiembre de 1998

Juan, vida mía, amor, luz de mis días,

Sólo faltan dos semanas (cuando recibas la carta será menos). ¿Que he de contarte a ti, que has contado los días, y aun los minutos, desde que estás allí?. Ya falta poco, cariño. Te quiero, amor, y te quiero besar y abrazar y besar y hacerte cosquillas y besar y cerrar tu boca con mis dedos y no parar de besarte y abrazarte nunca. Mucho, mucho, mucho. Tengo tantas ganas de poder tocar, por fin, tu rostro...

Respecto a tu última carta: no insistas, lo tengo claro. Eres tan bueno. No me importa lo que hubieras hecho (sé que fueron cosas horribles). Sé (lo supe desde que te vi el primer día, cuando juntamos nuestras palmas a través del cristal, ¿te acuerdas?) que mi amor va a cambiarte (es mentira, ya has cambiado, lo sé por tus ojos, por tus palabras, por tus cartas). Y sé también, con mucha fuerza, que quiero vivir contigo para siempre y que quiero casarme contigo. Y falta ya muy poco para que sea verdad.

Te envío diez mil besos y una explosión de amor,

Lidia


Barcelona, 15 de septiembre de 1998

Querida Lidia,

No merezco tu amor. Sé que no te gusta que te lo diga, que me miras mal cuando lo hago y que te pone triste, pero no puedo dejar de pensarlo.

Lidia, amor. Hemos hablado mucho en estos últimos años, cada semana, en cada una de tus visitas. No has faltado nunca, y no sabes cuanto te agradezco eso. No pienso volver a recordarte mi pasado, sería menospreciar tu perdón. Te quiero. Falta poco.

Juan


Barcelona, 17 de septiembre de1998

Sra. Lidia Riutort,

Tras nuestra última conversación en mi despacho, me dejó usted muy inquieto y preocupado. Por eso me he decidido finalmente a poner por escrito mis pensamientos, para forzarla, tal vez, a reflexionar y también, ¿porque no decirlo?, para quedarme con la conciencia más tranquila en caso de que optara por desoír mis consejos.

Como responsable de esta prisión de alta seguridad, y como persona que entiende algo de la naturaleza humana, debería no tomar en vano mis palabras. Se lo dije en persona y se lo repito ahora: No se case con Juan Herrera. Es más, aléjese de él, rompa cualquier contacto presente o futuro con ese hombre. Se lo digo por su bien. Juan Herrera es un enfermo, un loco, uno de esos hombres cuya maldad va más allá de la que estamos acostumbrados a ver quienes trabajamos en esto. Y aunque es cierto que su conducta en los últimos diez años ha sido impecable, tengo la certeza que el monstruo que habita en su mente sólo descansa, y que volverá a hacer daño en cuanto tenga ocasión.

Juan no era un asesino cualquiera. Su primera víctima tenía seis años. Era una niña que se llamaba Ainoa y a la que atrajo a su casa con engaños. No le describiré los horrores que vivió durante los dos días que tardó en morir, pero, como usted ya sabe, la prensa creó un apodo para él a raíz de este caso: El loco de los lápices. Lápices muy afilados.

Fue detenido y escapó durante su traslado a prisión. Allí empezó una borrachera de sangre que duraría dos meses. Sin motivo ninguno mató a trece niños de entre 4 y 15 años durante los dos meses que se tardó en encontrarle. El forense que trabajó con los cuerpos me confesó que sus veinte años de experiencia no le habían preparado para algo así.

Sé que usted es buena, sé que los motivos que la mueven no pueden ser más nobles. Yo también creo en el amor y en la redención, pero ¿me permite un comentario políticamente incorrecto, Sra. Lidia? Monstruos como Juan Herrera no deberían volver nunca a vivir en sociedad. Son perros locos a los que hay que apartar. Para siempre.

Me gustaría tener el talento o la sensibilidad suficiente para hacerla ver lo erróneo de su idea.
En cualquier caso, espero que sepa disculpar mi intromisión. Le deseo un futuro feliz. Que tenga suerte.

Emilio José Rodríguez
Director de la Prisión de Alta Seguridad Badalona-9


Barcelona, 19 de septiembre de 1998

Sr. Rodríguez,

Le agradezco su interés por mí, pero le rogaría, por favor, que para demostrármelo no volviera a hablar en esos términos del que será, dentro de unos días, mi marido.

Afirma en su carta creer en el amor y en la redención. Permítame dudarlo. Los horrores que usted describe fueron cometidos por una persona que ya no existe, una persona que había sido maltratada en su infancia, golpeada por su padre y humillada por su madre. Una persona que sólo supo devolver con odio el odio que se le había infligido. Pero el amor, mi amor total, apasionado, hizo desaparecer al asesino cruel que usted recuerda y permitió que se mostrara un ser frágil, tierno y sensible, arrepentido y horrorizado de lo que en otro momento hizo (pero no era él).

Gracias por su interés,

Lidia Riutort


Del diario personal de Juan Herrera, el día de su puesta en libertad.

Hoy salgo. Tras quince años. Quiero a Lidia. Me gustan sus ojos. Me gusta como me mira y las cosas que me dice. Hoy salgo, y esta noche, por fin, la pasaremos juntos. Tengo ya preparadas mis cosas para cuando vengan a buscarme: mi ropa, mis libros, mis libretas, mis lápices de colores y este diario.

Tengo ganas de verla, de acariciarla. A medida que se acercaba el día de mi libertad, eran más frecuentes mis sueños con ella. Su piel. Sus ojos. Esos ojos oscuros, insondables. Me gustan sus ojos.

Vienen a buscarme. Adiós, celda. Adiós, querido diario.


Barcelona, 30 de septiembre de 1998

Sr. Emilio José Rodríguez,

Lo cierto es que, con ser el Inspector encargado del caso, pocos datos más puedo aportarle a los que usted ya conoce por los periódicos. La escena del crimen, del cual los detalles más crueles se ocultaron a la prensa, era dantesca, con sangre por todas partes. Que un ser humano sea capaz de algo así es algo que hace tambalear cualquier creencia, cualquier esperanza.

No sólo usó los lápices por todo su cuerpo, sino también agujas de tejer y un sacacorchos. Encontramos dos hojas de afeitar rotas, sin duda por la presión que se había ejercido sobre ellas. Y el papel de lija al que se han referido los periódicos con insistencia.

La orden de busca y captura no ha podido aun ejecutarse. Aunque ocultaba su identidad, se ha confirmado que Lidia Riutort era la madre de Ainoa, la primera víctima de Juan Herrera. Una venganza cruel, servida fría y preparada durante más de quince años.

Atentamente,

Manuel Morales
Inspector Jefe de policía.

2 Comentaris:

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8:30 p. m.  
Blogger ArGoS said...

la verdad me fue predecible el descenlace .

2:47 a. m.  

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